Ha sido un día entrañable. Un día lleno de sensaciones y sentimientos.
La entrada va a ser lo que he dicho esta mañana en 10 minutos escasos ante un auditorio casi lleno por residentes, cargos académicos, familiares y amigos, en la mesa redonda que se ha celebrado con ex-residentes y actuales residentes. Al final aparecerán fotos del acto y de la magnífica comida y sobremesa que hemos disfrutado.
Muchas gracias a los que habéis hecho posible este día.
He dicho lo siguiente:
En primer lugar quisiera agradecer a su actual directora Emma Lobera, la deferencia que ha tenido al invitarme a este acto de encuentros y reencuentros. No sé, sinceramente los méritos que habré contraído para merecer tan alto honor. Ya que estar en esta mesa redonda, significa mucho más, de lo que aparentemente pueda parecer, formar parte de la misma.
La profunda carga emocional que conlleva, y la cantidad de recuerdos que han acudido a mi memoria preparando estas tres horas de intervención, hacen sentirme partícipe de la historia de este lugar emblemático para la comunidad universitaria, de la ciudad de Huesca.
Sus huecos y esquinas se han ido atiborrado con las vivencias de los que lo hemos ido habitando a lo largo del tiempo, honrando de esta forma al personaje que da nombre a este Colegio Mayor Universitario, D. Ramón Acín, impresión, que tras la magnífica exposición de mi compañero Víctor Juan, se ve reforzada.
Por todo ello, mucha gracias Emma.
En segundo lugar informar a mis alumnos y alumnas, que esta es la ponencia que va para examen.
La última semana de septiembre de este año, se cumplieron 13 años que comencé mi periplo en el campo profesional de la Educación y en el de la Educación Física. Fue en Huesca, en la antigua Escuela Universitaria de Formación del Profesorado de EGB y actual Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación de la Universidad de Zaragoza, de la que los avatares de la vida, han hecho que actualmente sea vicedecano.
En esa casa me enseñaron mi profesión, o por lo menos me pusieron en la rampa de salida, sin la cual, ahora, no sería lo que soy, ni como profesional ni como persona. Pero sería injusto no echarle, también la culpa de esta (poca o mucha) madurez, al Colegio Mayor Ramón Acín.
Todo comenzó en septiembre de aquel 1994. Fueron tres años maravillosos. Llenos de vivencias y nuevas experiencias. Dos de ellos en el Ramón Acín.
El tercero me fui a un piso de alquiler para saber lo que era eso de la independencia, y adquirir nuevas competencias como poner una lavadora, separar colores, planchar, limpiar y cocinar, aunque bien es cierto que regresaba, cada dos por tres a visitar a mis conocidos del colegio.
Era la primera vez que salía de Teruel y ante mis ojos se abrió un nuevo mundo, gracias al esfuerzo que realizaron mis padres a nivel económico. Y como de bien nacidos es estar agradecido, les agradezco muchísimo que me acompañen en este acto, y también quiero agradecerles ese esfuerzo que realizaron porque sin el, hubiera sido imposible que yo estuviera aquí (en toda la amplia dimensión de la palabra ESTAR AQUÍ).
Tengo numerosos recuerdos y por eso me gustaría recordar con todos ustedes, algunos de ellos y de esta forma rendir pequeños homenajes a sus protagonistas, que forman parte ya, de mi vida PARA SIEMPRE.
A principios de ese septiembre, tras un trasiego por España (aspecto que no me detendré ahora), llegue a Huesca a matricularme con mi padre y mi hermano Jesús. Preguntamos por pisos y residencias, y nos recomendaron ir al Colegio Mayor.
Subimos esas POCAS Y SUAVES escaleras que te llevan a la entrada. Cuando recuperamos el aliento, giramos a la izquierda y nos metimos en el bar. Detrás de la barra reinaban un señor de bigote y una señora, que salía con manjares diversos de lo que parecía ser una cocina.
Mi padre, experto tortillero, observó aquella tortilla de patata y pronunció una de esas leyes que perduran con el paso del tiempo: “Un bar, dijo, se mide por su tortilla de patata, y esta tiene una pinta impresionante, así que creo que te vas a tomar aquí, más de un pincho“.
Con el paso del tiempo, esa ley se ha ido reforzando en mi vida, y la tortilla de patata se ha convertido en la excusa para mantener la relación con los que siempre he considerado unos de mis padres adoptivos de Huesca, Paco y Mari.
Recordarán los protagonistas de esta historia, aquella charla sosegada en la esquina de al lado de la puerta de aquella cocina. Mari con su eterno cigarro en sus dedos (hago aquí un paréntesis, ya que he conseguido que mi madre dejará CASI Y DIGO CASI de fumar, pero con Mari, no ha habido forma, pero lo seguiré intentando, porque tozudo y perseverante soy un rato largo, como buen aragonés) (cierro el paréntesis) nos contaba las excelencias de este santo lugar.
Me imagino mientras tanto, que mi padre iba haciendo cuentas de lo que le iba a constar, tener a su primogénito estudiando en la Universidad de Zaragoza. (El colegio, los gastos de diario, el tren, los cursos, y ese largo etcétera de la vida de un universitario) UFFFFFFFFFFFFFFF, debió pensar.
Estos datos aunque puedan parecer banales para algunos, siguen teniendo mucha importancia para mí. El sábado antes de irnos a Huesca, mis padres trabajadores los dos, de una empresa con mucha tradición de Teruel, me explicaron lo que significaba para ellos el esfuerzo que iban a realizar conmigo, para que estudiara fuera de casa.
Me pidieron que disfrutara y que aprendiera. Que me hiciera un ciudadano activo y que aprovechara todas las oportunidades que se me iban a brindar, y que ellos nunca dispusieron por las circunstancias de la vida.
Me pidieron que ejerciera la profesión de estudiante universitario de una forma intensa, digna y honesta, y que me convirtiera en el mejor profesional que mis capacidades pudieran posibilitarme; que nunca obviara mis múltiples obligaciones universitarias. Esa máxima de mi madre “hay tiempo pa tó”, la sigo intentado aplicar a día de hoy.
En esta sala hay más de una persona que conocen mi trayectoria dentro y fuera de este edificio, que seguro podrán decir más cosas al respecto, (y espero que sean más positivas que negativas).
Recuerdo a mis padres despidiéndose de mí con lágrimas en los ojos, mientras avanzaban en aquel Ford Fiesta, por la calle Quinto Sertorio, dirección a nuestro querido Teruel, y dejándome frente a esas escaleras emblemáticas del Colegio Mayor, comenzando así, una aventura maravillosa.
Me vienen a la cabeza muchos recuerdos de seres humanos.
Sí, seres humanos. Y es que si alguna cosa se aprende en el Colegio Mayor Ramón Acín, es la variedad de seres humanos que existen. Es donde esa frase popular, “cada uno es de su padre y de su madre” cobra su máxima plenitud. Supongo que los asistentes estarán de acuerdo con ella.
Recuerdo a mis compañeros y compañeras de pasillo y de colegio. Paco, Mario, Hans, Antonio, Sergio, Ana, Susi, Marta, JB y largo etcétera. Susi y Paco se casaron hace un par de años en Oliva y ahora acaban de tener un niño. Antonio y Ana se casaron también y Ana está embarazada. Vamos, que se puede aplicar aquí, otra máxima, “lo que el Colegio Mayor ha unido, que no rompa el hombre”.
Recuerdo a Hans, bueno a Javier Gericó, que es de Ejea de los Caballeros. Es rubio y con ojos azules. Vamos, que más que de las cinco villas, parece un Alemán oriundo de Frankfurt.
La primera semana en el colegio mayor estuvimos hablando con él en Ingles y en nuestro alemán, para hacer creer a las veteranas de medicina, que se sentaban a nuestro lado a comer y a cenar, que era alemán y no le hicieran novatadas ¿Qué iban a pensar en Europa de nosotros?.
Por supuesto ahora Javier, se llama Hans.
Recuerdo con mucho afecto a las cocineras (Julia, Aurora y demás). Tenían una discriminación positiva hacia mis platos. Me trataban a “tuti plen”. Recuerdo muy gratamente el trato con los conserjes (Fernando, Manolo, Nacho y Mari Carmen). Algunos de ellos hoy entre nosotros y algunos, compañeros en la Facultad.
También a los vigilantes, que nos abrían a las tantas, cuando volvíamos de leer un libro de poesía, hablar del cine de kurosagüa o de charlar sobre Kandisky, los jueves o los sábados en el tubo.
Recuerdo a ilustres residentes como el Cañas. Que cuando llegué al colegio, ya estaba. Me fui. Volví de profesor y el lechón, aun acudía al Colegio Mayor a realizar alguna asignatura que le quedaba pendiente. Todo un campeón.
Recuerdo otras muchas cosas del Colegio Mayor:
- Tener la posibilidad de acudir una charla con Víctor Fernández tras ganar la Recopa.
- Aprender a revelar una foto en el laboratorio fotográfico.
- Aprender a Hacer radio y participar de algún programa.
- A perder cafés jugando al guiñote.
- A Conocer personas con mayúsculas.
- A Decir que NO.
- A Decir que SÍ.
- Conocí a las supervetaranas. Algunas superbuenas.
- A manejar un ordenador por primera vez para hacer un trabajo.
- A Ver venir a la gente.
- A tratar con respeto y admiración a los trabajadores de esta casa.
- A hablar en público.
- A tener la boca cerrada.
- A saber escuchar.
- A conocer otros sitios desde lejos, a través de las historias de los residentes.
- A decir “¿Me ayudas?”
- A decir “¿Te ayudo”?
- A discutir.
- A hacer vaciados de habitaciones.
- A que no te lo hagan.
- A comer casi de todo.
- A morirme de risa.
- A llorar por una chica.
- A enamorarme.
- A olvidar.
- A consolar al amigo con problemas.
- A ser honesto.
- A ser humilde.
- A no cargar con la culpa o con el mérito de otro.
- A decir la verdad.
- A ser FELIZ.
- Hasta me dio la posibilidad de conocer al Rector de ese momento, al Señor Badiola. Debía salir de una reunión y se pasó por el comedor. Nos encontró a varios estirando la sobremesa. Se sentó y se tomó un café con nosotros. Nos pidió opinión sobre el colegio y sobre la universidad en general.
Mis compañeros/as hablaron. Yo escuché. Y me dijo: ¿Y tú, qué piensas? Yo le dije, señor Rector, si pudiera hacer algo para que el tren de Teruel a Huesca no parezca el tren chispita, se lo agradecería mucho. Y le apostillé, es que tardamos más en ir de Teruel a Huesca, que cruzar el Atlántico con piragua. Casi 20 años después, seguimos casi igual. Aunque también es cierto que el Rector, poco puede hacer ¿verdad? (Miro al Rector).
No quiero dilatar mucho más, esta participación en la mesa redonda. Aunque si que quiero contar para finalizar, mi primer día en la Universidad. Comencé con el pie..., bueno, juzguen ustedes, el nombre del mismo.
Tras un anoche con algún que otro sobresalto (que no viene a cuento), me levanté a las 8 de la mañana en aquella habitación de las 100, que compartía con Francisco Soriano (Paco), que estudiaba primero de medicina y también era de Teruel.
Estábamos convocados a las 10 en la Universidad. Me levanté nervioso. Con ese miedo que se te pone en el estómago como con mariposas revoloteándote dentro, pues de ese tipo. Miedo de expectación hacia lo que me iba a encontrar; con nuevos compañeros/as, nuevos profesores/as (algunos de ellos aquí), en definitiva una nueva etapa formativa en mi vida.
Me duché en aquellos baños comunitarios, con mi bote de gel nuevo. Me comencé vestír y me puse la ropa interior nueva. Me puse unos calcetines Ferrys nuevos, un pantalón de Levis nuevo y una camiseta nueva, que mi madre había dispuesto con mucho amor, en la maleta el día anterior en Teruel, y por supuesto, todo ello a juego. Faltaría más.
Me peiné el pelo en punta con un poco de gomina, me perfumé con Croosman y bajé a desayunar, no sin antes preparar mi mochila nueva con mi carpeta talismán, folios en blanco, el horario de clases y algún que otro bolígrafo.
Entrando en el gran comedor del colegio mayor, las cocineras me saludaron afectuosamente, a lo cual, yo respondí si se quiere con un más afectuoso, “Hola. ¿Qué tal? Bueno, pues que supongo, que se van a aburrir de verme por aquí”, a lo que Julia me respondió “con chicos así de guapos, a una le dan ganas de venir a trabajar”. Pues toma Julián por abrir la boca pensé.
Yo, rojo como un tomate, me cogí nervioso la bandeja, la cucharilla, el vaso para el zumo, etc, y me giré a ver qué seres humanos había en el comedor.
Belén, una compañera de promoción, me saludó y me señalo discretamente el pantalón.
Yo pensé para mis adentros, las cocineras te llaman guapo, una compañera me mira el... culo, ¡Jo, que BIENNNNNN, esto promete Julián!. Pero, campos de soledad, mustios collados, cuando me llevé la mano hacia atrás y me toqué el pantalón a la altura de mis glúteos.
Me debió cambiar la cara, al darme cuenta que me había dejado puesta la “discreta” etiqueta de los Levis que ocupaba todo el santo bolsillo trasero del pantalón y la cinta adhesiva cantando la talla del mismo, y que rodeaba toda mi pierna.
Rojo como un tomate de nuevo, intenté deshacerme de esos elementos, que me hicieron volver a la mi realidad de..., vamos a dejarlo, si se me permite, de cándido.
Como esta, tengo unas cuantas, pero las dejaremos para otros momentos más relajados.
Feliz aniversario a NUESTRO Colegio Mayor Ramón Acín, y Muchas gracias por su atención.
8 comentarios:
Ross...
Andá! Yo también estuve en esaconferencia de Victor Fernandez, no precisamente por sus conocimientos de fútbol sino por ver su "sujetaetiquetasdelevis"... Jejeje.
A lo mejor nos vimos y todo. Ven a vernos algún dia,vale?
Muacs
Jara
Recuerdo a unas que iban con unos globos azules y blancos. ¿No serías tú? Espero que NOOOOOO!
Nos veremos seguro. Un besico a ti y Noa, que a tu cari, ya le doy (y me da) caña casi todos los días en el blog. jejeejejej. Fijate el tio, lo sutil que es, con lo que ha puesto arriba. ja je ji jo ju
Dios! Si, que fuerte! Ademas estabamos como en primera o segunda fila. Ni me acordaba! Que conste que la idea fue de una amiga que estaba bastante loca. En fin, hormonas adolescentes...
POr cierto tenia un amigo alli que estudiaba medicina.Manolo, no recuerdo su apellido, era (es) de Ciudad Real, chiquitillo, con perilla a veces, rubillo, lo conocias? Era amiga de el y de su novia Isabel, también he estado de botellón en su habitación alguna vez... Aun habremos estado juntos en alguna apertura o fiesta!
Muac!
Muy buena la memoria de tu vida colegial Jose, me ha tocado la fibra. Cuantas verdades en esas palabras. Un saludo. Jorge
Jareta, no me acuerdo de ese chico. Los de medicina, eran muy "especiales". Eso de los médicos con los médicos, era una constante. Pocos rompían esa tónica.
ejjeejje, no hay que arrepentirse de las locuras juveniles. Digamos que distéis colorido. jejjejeje
A Jorge (Teruel), Muchas gracias por las palabras. Si ves el vídeo ya es para coger el pañuelo. Que malo que soy.
La verdad es que estoy contento de como quedó la cosa.
Joder que de recuerdos, yo estuve en el Ramon Acin de 1993 a 1997, 4 años fantasticos y donde hice amistades para toda la vida, aun ahora que caen los años y las canas, los recuerdos estan presentes cada dia, Paco, Mari, Ger,Antono el cocinero, Julia y otros muchos de los cuales solo nos quedan sus cariñosos apodos y gente conla que compartimos vida, noches, alcohol y confidencias. Si alguno esta por ahi. Muchas gracias por todo. Fco. Javier Pereira (Patxi)
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